Sí, amigos..., Andrés Santos se ha dejado perilla. Anoche toqué con él y me lo encontré de esta guisa. Una auténtica sorpresa. En los veinte años que nos conocemos nunca antes había visto en él un cambio tan notable. Andrés siempre ha sido Andrés,
El Chiquillo, como le llamaba el pianista José Antonio Muñoz en la época de Quasar. La verdad es que le sienta bien. O a mí me lo parece. Armoniza con sus cejas, su nariz, su pelo, sus ojos, su sonrisa. Por así decirlo,
completa gráficamente su rostro. Parece un personaje del Siglo de Oro. De golpe y porrazo, se nos ha hecho mayor.
Las fotos las hice antes de la cena, totalmente vegetariana, tras la actuación. Una cena espléndida, novedosa, improvisada de principio a fin para nosotros por el
chef Cayetano Gómez con ingredientes de primerísima calidad. Después de un trabajo musical bien hecho, los miembros del Antonio Pomares Trío disfrutamos de una cocina que tenía también muchísimo de trabajo musical bien hecho. Gracias, Cayetano, artista. Eres tan gran cocinero como excelente persona.
Dicho lo cual..., hola de nuevo, amigos. Lo cierto es que no sabía cómo retomar esta sopa y he comenzado por el final. Nunca he sido muy prolífico, pero en esta ocasión he estado dos meses desaparecido y, como amigo vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a dar (como diría el bueno de Pepe Isbert). Pero antes que nada he de deciros que he descansado, me he puesto fuerte, he cargado las pilas y traigo la sal en los labios, el rumor de las olas en mis oídos y un horizonte sereno reflejado en mis ojos.
Como sabéis, se me murió el ordenador; bueno, se le murió a mi hijo. Difunto total. El disco duro se disolvió en las tinieblas. Llevaba meses sin hacer copias de seguridad, así que perdí muchas cosas, poemas, prosas de diversa índole, centenares de fotos, traducciones, notas... Sentí algo así como si el que se hubiera muerto fuera yo. Me formatearon un viejo ordenador que languidecía y con él pude componer a paso de tortuga mi anterior entrada sobre Chucho Valdés; pero a los dos días se me estropeó de nuevo, y me sentí doblemente apuntillado en mi maltrecho orgullo de muerto virtual en vida.
Luego llegó Jazz San Javier y me trasladé a la costa. Allí, sin ordenador, bañándome en la mejor playa del mundo (que el ayuntamiento del Pilar de la Horadada quiere ahora borrar del mapa, colocando en su lugar un descomunal, horripilante e innecesario puerto), escuchando jazz, montando en bicicleta, paseando, conversando, jugando, bebiendo, tocando con los amigos y poniéndome a la última sobre cine con mis bocatas, mi cervezas, mis pipas y mis cojines..., allí, digo, poco a poco, el mar de mi interior fue expulsando el chapapote del estrés y los plásticos del mal rollo. Tanto es así, que incluso superé con dignidad moral y fortaleza mental dos serios e inoportunos contratiempos: una fuerte caída de la bici que me demostró una vez más que estamos vivos por azar y la muerte no pide nunca permiso, y la rotura de mi coche pocos días antes de nuestro regreso.
Ahora acabo de aterrizar en Murcia; he recuperado fuerzas y he vuelto a retomar proyectos aparcados (ya os contaré); mi ordenador ha superado un transplante e incluso le han dado varios años de garantía de vida... De modo que aquí estoy, de nuevo, en este otro mar que nunca he olvidado, porque nunca he dejado de acordarme de vosotros.
Por otra parte, aunque impuesta, la desconexión total ha sido, repito, saludable.
A partir de hoy, os lo prometo, procuraré organizarme para no volver a interrumpir durante tanto tiempo seguido la comunicación..., ¡no vaya a ser que a Andrés Santos le crezca toda la barba!
¡Salud y Jazz!