lunes, 12 de julio de 2010

'Los pasos de Chucho' en Jazz San Javier


CHUCHO VALDÉS & THE AFROCUBAN MESSENGERSXIII Festival Internacional Jazz San Javier

8 de julio de 2010.
Auditorio Parque Almansa. San Javier (Murcia).

Chucho Valdés: piano.
Mayra Caridad Valdés: voz.
Lázaro Rivero Alarcón: bajo eléctrico y contrabajo.
Juan Carlos Rojas Castro: batería.
Yaroldy Abreu Robles: percusión.
Dreiser Durruthy Bombalé: batá y voz.
Carlos Manuel Miyares Hernández: saxo tenor.
Reinaldo Melián Álvarez: trompeta.




El tiempo pasa raudo, qué duda cabe. Parece increíble que estemos ya en la XIII edición del Festival Internacional de Jazz de San Javier. Pero qué gratificante es regresar al Auditorio Parque Almansa y sentir que el tiempo, allí, se ha detenido; es decir: sigue detenido; y qué alegría interior produce comprobar, edición tras edición, que el público acude a Jazz San Javier con la misma ilusión, la misma gentileza y el mismo saber estar que el primer día. Y es que en todos estos años este festival ha venido siendo fiel al espíritu abierto y conciliador con el que nació y gracias al cual ha conseguido labrarse un lugar prominente en el actual panorama jazzístico internacional.

Una prueba irrefutable de sus más genuinas señas de identidad fue el conciertazo que el pasado jueves tuvimos la suerte de escuchar los centenares de aficionados que abarrotábamos este santuario del jazz al aire libre: el que nos brindó Chucho Valdés junto a su banda de nuevo cuño, The Afrocuban Messengers, con la que ha grabado su último trabajo, Chucho’s Steps, un tributo no tanto al jazz afrocubano, del que Chucho ha sido máximo exponente durante décadas al frente de su legendaria banda Irakere, como a la propia historia del jazz y a la propia historia de la música cubana, ambas vertebradas desde sus orígenes por una raíz-madre común: África.


Al margen del virtuosismo y de la hondura de Chucho Valdés como pianista, así como de la calidad, la originalidad y la complejidad de sus composiciones, el concierto fue, de principio a fin, una inmensa descarga de energía y espiritualidad, en la que los tambores batás, base de la música santera o lucumí, fueron junto a las congas, los bongos, los güiros y los cencerros los principales protagonistas de la noche. El Okonkoló, el Itotelé y el Iyá cantaron literalmente en manos de Dreiser Durruthy, admirablemente secundado por el joven y virtuoso conguero Yaroldy Abreu y el veterano baterista Juan Carlos Rojas.



Qué dechado de precisión. Durruthy se quedó sólo en varias ocasiones, desdoblándose, llenando el escenario con sus cantos yorubas al tiempo que percutía como una tribu entera con una alegría y una naturalidad pasmosas. Pero es que en esta banda todos cantan y percuten con alegría y naturalidad. “En la percusión está el alma de la música cubana”, declaró recientemente Chucho Valdés, que batió en muchos momentos del concierto el estático y solemne piano de cola con ritmos endiablados, logrando que olvidáramos por completo su función armónica. El güiro y los shekeres pasaban de mano en mano entre los músicos, y Lázaro Rivero se atrevió incluso a golpear con una baqueta las cuerdas de su contrabajo.


Todos somos conscientes de la enorme influencia de la música latina en el jazz, y quien más y quien menos ha seguido atentamente a sus más preclaros valedores; pero tal vez no sea demasiado aventurado afirmar que Chucho Valdés ha sido y es, además de uno de los más grandes pianistas latinos de todos los tiempos, el músico más determinante en el desarrollo y la preservación del jazz afrocubano y el denominado cubop. Con esta formidable banda y este nuevo trabajo ha venido a demostrarlo y a hacer historia una vez más. El repertorio no pudo ser más explícito: un crisol de rumba, rezo, son, mambo, danzón, bolero y chachachá sabiamente combinados con dixieland, swing, hard bop, free jazz, balada y jazz fusión. Y todo ello muy bien dosificado e interpretado con suma intensidad y altísimo control escénico.

Fue un concierto realmente plagado de homenajes, pues comenzaron con la arrebatadora suite “Misa Negra”, uno de los temas estandarte de Irakere, para seguir con “Danzón”, una composición en donde convergen con sorprendente fluidez el chachachá, la balada, el danzón e incluso el rhythm and blues. Después le llegó el turno a “New Orleans”, un tema con reminiscencias del más puro dixieland expresamente dedicado a la familia Marsalis. “Yansá” dio inicio a los delirantes cantos yorubas dedicados a las deidades orishas, en este caso a la guerrera Oiá, diosa de la oscuridad, representada simbólicamente como una centella. Le siguieron “Begin to be good” y “Zawinul Mambo”, sendos guiños a dos temas inmortales: “Begin the beguine” de Cole Porter, y “Birland” de Joe Zawinul, dos de los músicos más influyentes en la carrera de Chucho Valdés.



Con “Obatalá”, la primera intervención de la portentosa cantante Mayra Caridad Valdés, hermana de Chucho, el concierto dio un giro providencial. La voz de esta mujer es, sencillamente, puro oro molido, herencia viva del folclore afrocubano. “Chucho’s Steps”, el tema que da título al álbum –y el más difícil y arriesgado, en palabras del propio Chucho– es una clara alusión al Giants Steps de John Coltrane.




Para finalizar, “Changó”, con el que Durruthy, además de cantar invocando a una de las divinidades yorubas más populares, voló frenéticamente sobre el escenario, y “Los caminos”, un tema de Pablo Milanés al que Chucho siempre recurre cuando se encuentra realmente a gusto. Y de propina, dos espléndidos bises: “La fiesta de San José”, de nuevo con Mayra Caridad Valdés levantando de sus asientos y animando a cantar al público, y “Los güiros”, una verdadera conversación, cuando no un intenso duelo, de shekeres en manos de Lázaro Rivero y Yaroldy Abreu.



Un concierto, como digo, con una poderosa base de percusión, como corresponde a la música afrocubana. Pero no puedo dejar de mencionar la impresionante labor jazzística que el trompetista Reinaldo Melián y el saxofonista Carlos Manuel Miyares desarrollan en este trabajo con sus solos –límpidos, perfectos, conmovedores- y sus peliagudos coros. Creo que no exagero al afirmar que juntos equivalen a toda una sección de vientos.




Repito: alta noche de música en clave cubana magistralmente fundida con la historia misma del jazz. Con lecciones así comprende uno de inmediato la verdadera naturaleza de la música, su extraordinaria dimensión social y cultural, la obstinada perseverancia con que los seres humanos la demandamos y la magnitud de los beneficios que nos reporta; y no puede uno estar más completamente de acuerdo con la siguiente afirmación del musicólogo Luc Delanoy: “En nuestras sociedades occidentales tenemos la tendencia de querer descubrir todo, de excavar, etiquetar, catalogar y poner en museos para completar la apropiación. Poner en vitrina un saxofón, una conga, una partitura y algunas fotos, es una cosa; alentar la enseñanza del jazz latino en las escuelas es otra. Ante todo, habría que motivar las animaciones musicales escolares y permitir a esta música pública ocupar un espacio público”. Tal vez Chucho, leal a esa filosofía, justo antes de animar a subir al escenario en el último bis a su hijo Julián, de cuatro años, sentarlo sobre sus rodillas y guiar con sus enormes y maduras manos las tiernas y sorprendidas manos del pequeño, se hiciera una pregunta: “¿Y qué mejor escuela que esta?”.



Texto © Sebastián Mondéjar
Fotos © 2010 Rafa Márquez y Sebastián Mondéjar


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